La Voz Kids

LOMCE, ley de mi vida

«La punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para asomar, en el tercero, tras el borde de los dientes; pero en el segundo, los labios se cierran a bocajarro clausurando cualquier vía de escape: Lo.M.Ce».
Disculpad la torpe parodia de Nabokov, pero es que hay algo de simbólico en esa M, situada en el justo centro de la nueva ley, que me pone los pelos de punta. Y es significativo, vaya que sí. Lo mismo que cuando uno escucha pronunciar la palabra «España» a un patriota: la P suena como si te pegaran un tiro.

Y todo este post tiene su origen en el ataque de Telecinco que sufrí hace unos días. Es lo que tiene comer con los padres. La doble andanada incluía sendos talent shows, que llaman ahora al «Y usted qué sabe hacer» de toda la vida. Para abrir boca, un concurso de imitadores de Juanito Valderrama. Marca España en plan vintage. Canciones de amor a la madre, a la patria quería, a la quería a secas. Y miren que como cantaor flamenco el «chino» me merece un grandísimo respeto, pero lo que es la coplilla de brasero y anís del mono… no puedo con ella ni a sombrerazos.

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«Anda, ven aquí que te voy a explicar bien lo de las Variaciones Goldberg»

El siguiente espectáculo al que asistí me pareció aún más siniestro porque sus protagonistas son menores de edad. «La Voz Kids» se llama y dicen que es líder de audiencia. Los chavales son exhibidos impunemente por unos padres que, salvo excepciones, se me antojan frustrados y/o codiciosos, hambrientos en cualquier caso de unos minutos de gloria aun a  costa de otros seres de cuya educación deberían ocuparse en esos mismos momentos. Niños y niñas en los que su incipiente atracción por la música es canalizada a otros pantanos bien lejos del puro disfrute y aprendizaje. Niños y niñas obligados a competir entre si y juzgados públicamente por expertos de la talla de Bisbal o Rosariyo. Voces, sí, pero huecas antes de haber podido llenarse de algo verdadero.

En fin, que en esas estoy cuando recibo un mensaje de algo sobre lo que tal vez no se hayan puesto bastantes gritos en el cielo: a partir del próximo curso escolar, la enseñanza de la Música dejará de ser obligatoria en esta tierra de María Santísima.

Desde «La República» de Platón la Música forma parte esencial de la misma historia de la educación. Del quadrivium escolástico al Renacimiento, a la Ilustración que nos dejó cierta esperanza de luz,  la Música era una de las piezas esenciales que permitirían levantar la casa filosófica del hombre. La fama era, a su vez, la cúspide situada al final de un camino de autoperfección y esfuerzo constante. El maravilloso viaje en el que…….. ¡Al carajo! ¡Queremos el mundo y lo queremos ahora! ¿La fama cuesta? Pues me la pela.

En fin, no es cuestión ahora de hacer una encendida defensa y elogio de la música. Tiempo y espacio más que suficientes habrá en otros lares, pero al menos centrémonos en esta paradoja: mientras la música desaparece de los planes de estudio florecen los espectáculos destinados a prefabricar estrellas infantiles. De referentes como Bach y Pergolesi -o de Tom Waits o Elvis Costello, qué se yo- aún se puede aprender algo, crecer personal y espiritualmente. De Bisbal y Miley Cyrus solo se obtiene una enseñanza, amén del meneo de bullarengue: si hago esto así y así, obtengo esto a cambio. Les estamos fallando estrepitosamente, les estamos dando gato por liebre: la música como herramienta mercantilista. Pero, ay, como nos enseña «Lolita» los niños forzados a convertirse en adultos antes de tiempo se transforman en monstruos capaces de devorarnos también a nosotros mismos.

José Ignacio Humwert

José Ignacio Humwert

Entre las muchas «bondades» neoliberales de la LOMCE del ministro Humwert Humwert, a quien curiosamente no se le cae la «excelencia» de la boca, merece la pena señalar este ariete que arrasa con la disciplinas artísticas, el último lastre, el último bastión de una educación humanista.  La estructura de poder reclama las piezas precisas para los precisos engranajes. Por eso, de la escuela pública no deben salir personas sino vasallos que entiendan cuál es su lugar en dicha estructura y sirvan a sus fines. Mientras tanto, los líderes se seguirán educando de forma privada y podrán hacer uso y disfrute de ese ocio refinado que, por derecho propio, les perteneció siempre.

Dejemos pues la música para la fanfarria. Es lo que han hecho recientemente en la ciudad siciliana de Siracusa con motivo de la visita del nuevo primer ministro italiano Matteo Renzi. Los alumnos de la escuela Raiti fueron obligados a interpretar un número musical en honor del mandatario titulado «Clap and jump per Renzi». En tempo de blues -al menos- la letra decía cosas como esta: «Somos felices y te clamamos que a partir de hoy, dondequiera que vayas, no te olvides de nosotros, de nuestros sueños, de las esperanzas que te confiamos hoy a ritmo de blues» y más adelante «las niñas y los niños encomendamos el futuro a tus ideas y tu trabajo». Vamos, que ni en Corea del Norte habrían tenido mejor gusto.

Por lo pronto aquí los chavales ya entonan mal que bien lo de «Yo soy español, español, español» y, con un poco de suerte, gracias a la asignatura de Religión obligatoria aprenderán también a entonar un «Alabaré, alabaré…» como Dios manda. O a fabricarse, tal vez, un rosario con los dientes de marfil de alguna desdichada.